En pocos meses
 han desaparecido dos personas, dos intelectuales, dedicados 
fundamentalmente a la Historia Contemporánea y al ensayismo político 
que, durante mucho tiempo, fueron referencias importantes en la cultura 
europea del último tercio del siglo XX y lo que llevamos del actual. 
Aunque hay una notoria diferencia de edad entre ellos, ambos son 
deudores desde el punto de vista de su formación académica e intelectual
 de la solvente tradición historiográfica británica, tan vinculada a las
 prestigiosas universidades de Oxford, Cambridge y Londres que 
alumbraron, entre otras, la obra de Ch. Hill, R. Hilton, E. Thompon, R. 
Samuel, M. Dobb y en las que los debates teóricos sobre la disciplina de
 la Historia no han quedado nunca al margen de la reflexión sobre los 
problemas que determinan la llamada Historia del Tiempo Presente.
Desde la publicación de Rebeldes Primitivos,
 traducida al castellano en los años sesenta del siglo XX en la que 
Hobsbawm manifiesta su preocupación por los problemas sociales de 
Andalucía, en la línea de los Brenan, Pitt Rivers y otros, hasta la 
aparición de su Historia del siglo XX en 1995, pasando por sus 
fundamentadas aportaciones sobre las revoluciones burguesas, el 
desarrollo del capitalismo o del imperialismo colonial y, sobre todo, 
una de sus últimas entregas Guerra y paz en el siglo XXI , el 
profesor E. Hobsbawm siempre se mantuvo fiel a sus convicciones 
marxistas dejándonos como testamento la validez de esta doctrina para el
 análisis social y político, acompañando además su manera de interpretar
 la historia de un conjunto de consideraciones que, más allá de lo que 
puedan suponer en una determinada construcción de su propio discurso 
histórico, son referentes políticos que encierran una esperanza de 
transformación social.
Por su parte 
T. Judt, desaparecido prematuramente en plena madurez intelectual, ha 
sido otro de los exponentes de esa intelectualidad comprometida que supo
 legarnos tanto su propia visión interpretativa del siglo XX en esa 
monumental obra Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, una 
historia total y no sólo de Europa, como sus reflexiones sobre los 
problemas más acuciantes de los comienzos del siglo XXI recogidos en 
varios de sus últimos trabajos (Pasado Imperfecto, El refugio de la memoria, Algo va mal, Sobre el olvidado siglo XX) , pero sobre todo en Pensar el siglo XX,
 auténtico epílogo de su aportación intelectual, renovadora no sólo por 
sus aportaciones en lo que supone el análisis de las ideas como soporte 
de los cambios históricos, por sus profundas reflexiones sobre las 
cuestiones de la Historia más reciente en los comienzos del siglo 
actual, como por sus planteamientos metodológicos a los que contribuyen 
las inteligentes "provocaciones" de otro gran historiador 
contemporaneista T. Snyder. Entre ambos, Hobsbawm y Judt, media todo un 
mundo de reflexiones que les vinculan y que pasan por la defensa del 
pensamiento crítico, en este caso centrado en la historiografía, para 
intentar entender la complejidad del siglo XX y la propia configuración 
de la sociedad actual; también notorias diferencias generacionales y de 
planteamiento que, a mi manera de ver, no obstaculizan el nexo que 
vertebra su obra y que, en definitiva, se resumen en lo que es la 
actitud ejemplarizante de dos intelectuales comprometidos ideológica y 
políticamente, empeñados en poner su experiencia y conocimientos en la 
defensa de la perspectiva histórica y de las consideraciones éticas en 
el mundo que debemos construir en los albores del siglo XXI.
Frente a esta 
ola de conservadurismo ideológico y neoliberalismo que pretende 
totalizarlo e interpretarlo todo y que, incluso, no hace mucho llegó a 
proclamar "el fin de la Historia", la obra de Judt y de Hobsbawm, como 
también la de Fontana, resultan ser un alegato rebelde por lo que tienen
 tanto de construcción de un discurso crítico de interpretación de la 
contemporaneidad, como por defender la esperanza, la "utopía" a la que 
se aferra Hobsbawm, de rechazar todo uso político de la Historia que 
sirva para legitimar el pasado y que, desde luego, sus trabajos 
contribuyen a crear conciencia de que, pese a lo que "está cayendo", 
toda la construcción del futuro puede estar aun en nuestras manos.